Solía definirme como contadora de historias. Hoy, a mis cuarenta y cinco años, si echo la vista atrás, no sabría asegurar si he sido yo la que he creado esos mundos desde la niñez, o si por el contrario, son ellos los que me ofrecen su hospitalidad. Aunque yo, como muchos, un día decidí que debía abandonar mis sueños y poner los pies en el suelo. Es lo más sensato, me repetían todos. Sin embargo, la verdad es que me perdí en la realidad cotidiana. Hasta aquel junio del 2009 cuando un ángel me tocó para despertarme del sueño de otros y susurró en mis oído que había llegado el momento de desempolvar las viejas historias guardadas en un cajón. Así que ese mismo verano me enclaustré en el sótano de mi casa, empecé a formarme y a escribir de nuevo. En el 2011 me armé de mucha valentía, y no menos insensatez, para autopublicar un cuento llamado "La niña que aprendió a ser pizpireta". Este me sirvió para sondear si mis palabras emocionaban a los lectores; como la respuesta superó mi expectativas, decidí continuar. Retomar el camino que me indicaba mi corazón no resultó fácil al principio, pero la vida me enseñó que solo existe una única dirección a seguir: hacia adelante. Después llegó el blog de "Diván de terciopelo rojo", las colaboraciones en diferentes medios de comunicación, otro blog con artículos de opinión, novelas a la espera de ser publicadas, y por último, mis talleres de escritura creativa, teatro, storytelling… Gracias a estos he descubierto que me apasiona brindar a mis alumnos los conocimientos que he ido adquiriendo a lo largo de los años y el respeto por la literatura.
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